El arte, la cultura y los paradigmas de pensamiento grecorromanos, han sido una referencia obligada a lo largo de la historia; han sido la base sobre la cual se edifican nuevos periodos históricos, estilos artísticos o problemas filosóficos. Foucault por ejemplo -para sorpresa de muchos-, dedica los últimos años de su vida al estudio de la cultura grecorromana, apartándose aparentemente, de su tendencia a reflexionar sobre los problemas del presente. Sin embargo, según comentan Gabilondo y Fuentes Mejías, Foucault cambia el curso de sus investigaciones y regresa a autores para entonces olvidados por la filosofía, porque consideraba que la moral griega podía ser un punto de partida para una «nueva moral»[1].
La tradición filosófica, dice Foucault, enfatizó el principio moral griego «Conócete a ti mismo» -inscrito en el Templo de Delfos- que, sin embargo era una regla que debía observarse para consultar al oráculo, y se entendía como: «No supongas que eres un dios» ó «Ten seguridad de lo que realmente preguntas cuando vienes a consultar al oráculo». Pero este principio iba acompañado de un precepto que supone una serie de prácticas, el «cuidado de sí» o «la preocupación por sí». De hecho, señala Foucault, que la preocupación por sí fue la que provocó que el conocimiento de sí se pusiera en práctica. Con el paso del tiempo este segundo principio se fue diluyendo, sin embargo, en la cultura grecorromana «ocuparse de uno mismo» era determinante para la conducta personal, social, política y para el arte de la vida. [2]
Ahora bien, ¿cómo debe entenderse el concepto de parresía en esta conferencia? Foucault señala en primer lugar que esta parresía es filosófica, y dice:
La parresía, tal como aparece en el terreno de la actividad filosófica en la cultura grecorromana, no es ante todo un concepto o un tema de discusión, sino una práctica que intenta dar forma a las relaciones específicas que los individuos tienen consigo mismos.[3]
Y aclara también, que aquí, la armonía entre lógos (verdad) y bíos (vida), será el criterio que permita identificar a un parresiastés. En este sentido, la parresía filosófica encuentra en la figura de Sócrates a su más digno representante, pues no hay discrepancia alguna entre lo que Sócrates dice y lo que hace, él habla con la verdad y ésta se refleja en su vida.
Sin embargo, para el presente trabajo, voy a retomar únicamente las técnicas de parresía estoicas que Foucault rescata, pues estas ilustran la práctica del «cuidado de sí» desde distintas perspectivas.
Cabe mencionar que, para los estoicos, el universo está regido por un fuego inteligente o logos divino, por ello todo cuanto acontece es racional y justo. La ética estoica se funda en este determinismo cósmico. Según la concepción estoica, el hombre debe vivir de acuerdo con la naturaleza y aceptar el destino, sólo actuando de esta manera se alcanza la tranquilidad de ánimo. La intranquilidad es provocada por las pasiones, que hacen que la razón desvíe su rumbo, son las pasiones las que hacen al hombre desear cosas apuestas al orden cósmico. En este sentido, la virtud consiste en eliminar todas las pasiones que perturban el alma y lograr el dominio del sí mismo.
En Tecnologías del Yo, se exponen algunos elementos que nos ayudan a precisar lo que debemos entender como «cuidado de sí», principio que se convirtió en un tema filosófico recurrente al interior de las escuelas más representativas de los periodos helenístico e imperial. En esta obra Foucault apunta que éste principio no era un consejo abstracto, sino una serie de obligaciones y servicios para el alma. Para los estoicos, atender a uno mismo era un deber que consiste en retirarse en sí mismo y permanecer ahí, en otras palabras, ejercitar el ocio; pero un ocio activo, pues era una meditación y una preparación[4]. El ejercicio de la escritura también es un elemento de suma importancia para el «cuidado de sí», había que tomar notas sobre sí mismo que después eran leídas para recordar las verdades que se necesitaba tener presentes. Dice Foucault:
El cuidado de sí se vio relacionado con una constante actividad literaria. El sí mismo es algo de lo cual hay que escribir, tema u objeto (sujeto) de la actividad literaria. Esto no es una convención moderna procedente de
Los textos pertenecientes a este periodo, entre los que se encuentran Las cartas de Séneca y las Meditaciones de Marco Aurelio, dejan claro que en este periodo (siglos I y II d.C.) la parresía ya no consiste en tener el valor suficiente para decirle la verdad a otro -como en el periodo clásico griego, del que se ocupa Foucault en conferencias anteriores-, sino en tener el coraje de revelarse la verdad a sí mismo.
Foucault también puntualiza que para el tipo de juego parresiástico que se expresa en estos textos, no sólo requiere un conocimiento teórico o mathêsis, se requiere también askesis, entendida a la manera griega, es decir, como un entrenamiento práctico. Este es un elemento muy importante, porque a través de ese entrenamiento el individuo logrará la autoposeción, el gobierno del sí mismo que, como ya he mencionado, es el objetivo de la estoa; por otra parte, estas prácticas ascéticas proporcionan las herramientas necesarias para enfrentar el mundo de una manera ética y racional.
La primera técnica parresiástica que Foucault expone, es el examen vespertino de Séneca, que consiste en hacer un recuento de las actividades del día antes de ir a dormir; y a partir de esta especie de balance administrativo, Séneca se convertía en un inspector de sí mismo, revisaba si la forma en la que se había conducido ante las diferentes situaciones que se presentaron a lo largo del día, para establecer si esa conducta respondía a las máximas de la moral estoica. Y si este balance reflejaba errores en el proceder, era necesario resaltarlos para tener presente que debían ser corregidos en el futuro.[6]
La segunda técnica es el autoexamen general de Sereno, que tiene el carácter de consulta médica. Sereno, siente un estancamiento en su evolución, una imposibilidad de gobernarse a sí mismo, a pesar de sus esfuerzos por seguir al pie de la letra lo que dicta la moral estoica. Sereno admite la verdad sobre si mismo ante sí mismo y luego ante Séneca, a quien le pide consejo, tal como si Séneca fuera un médico, aunque en este caso la dolencia de Sereno no es del cuerpo sino del alma. Sereno comparte con Séneca información sobre su vida en diferentes campos de su quehacer, resaltando lo que él ha elegido para sí, lo que él considera importante; pero confiesa además que hay momentos en los que se siente atraído por aquello que no es importante; reflejando así que aún no hay armonía entre sus acciones, sus pensamientos y la estructura ética que eligió para sí.[7]
La tercera técnica es el control de las representaciones de Epicteto. Esta técnica responde al problema de Epicteto de no saber cómo diferenciar las representaciones que puede controlar de las que no puede controlar y que incitan a emociones, o conductas o sentimientos involuntarios que puedan perturbar el ánimo. Epicteto propone dos tipos de ejercicio: en el primero (inspirado en las trampas sofísticas) intervienen dos actores, uno afirma un hecho, mientras que el otro debe responder tan pronto como pueda si ese hecho es bueno o malo, es decir, si está bajo nuestro control o no; el segundo ejercicio consiste en caminar por las calles y preguntarse, ante cualquier representación que cruce nuestra mente, si ésta depende o no de nuestra voluntad. Con estos ejercicios, Epicteto pretende que el mundo de las representaciones sólo incluya aquellas que son sujeto de nuestra voluntad, las demás deberán ser desechadas, pues sólo podemos ocuparnos de lo que compete al propio albedrío.[8]
En estos juegos parresiásticos, no es un maestro quien hace uso de la parresía para hacerle ver al discípulo sus errores, sino que el discípulo hace uso de ella, estableciendo una relación del si mismo con la verdad; en este proceso el individuo logra una autocomprensión que, sin embargo, va más allá del principio «conócete a ti mismo».
Estos ejercicios, según Foucault, son parte de lo que podría llamarse «ascética del individuo», que implica adoptar el papel de artesano del sí mismo, que de cuando en cuando hace un alto en su labor para evaluar si su obra corresponde con las reglas de su arte.
A través de estas técnicas podemos notar que el cuidado de sí en la tradición grecorromana tenía una relación directa con la moral, y que de algún modo estaba presente en cada ámbito de la vida. El caso de Sereno muestra la inquietud del cuidado de sí en cuanto a su conducta y su forma de relacionarse con las demás personas; en el caso de Sereno se reflejan desde las preferencias para comer o vestir hasta su actividad política o literaria; mientras que Epicteto pone a prueba cualquier representación.
Hoy en día, la moral cristiana propone exactamente lo opuesto, el abandono del sí mismo, en teoría, este abandono es en función del Ser Supremo, es decir, dentro de un ámbito religioso. Sin embargo, vemos esta misma renuncia en el ciudadano frente al gobierno, o en el individuo frente a la sociedad. Tal parece que hoy nada compete al sujeto, y todo se ha convertido en la responsabilidad de alguien más.
En una reflexión mucho más personal, dos de las técnicas parresiásticas que se han expuesto aquí, y que fueron pensadas para ayudar al individuo a ceñirse -en este caso- a la moral estoica, han resultado ser de gran interés para mí. Una de ellas es el examen vespertino, porque inspeccionar mis conductas, y resaltar aquellas que necesitan ser modificadas, puede ser de gran ayuda para delinear una moral propia, o, mejor dicho, para edificar la estructura ética que yo elija para mi. Otra de ellas es el control de las representaciones, pues este ejercicio permite distinguir aquello ajeno a mi albedrío y que no puedo modificar, de aquello que compete a mi albedrío y sobre lo cual me corresponde actuar. Pero además, reafirma la idea de que es necesario rescatar el cuidado de uno mismo como actividad cotidiana; pues si sólo puedo modificar aquello que compete a mi albedrío, entonces sólo puedo ocuparme de mí.
[1] Ver la introducción de: Discurso y verdad en la antigua Grecia, Paidós, Barcelona, 2004, p. 17.
[2] Confrontar con Foucault, M. Tecnologías del yo. Y otros textos afines, Paidós, Barcelona, 1990, p. 50-51.
[3] Foucault, op. Cit., p. 142.
[4] Confrontar con Foucault, op. Cit., p. 61.
[5] Foucault, op. Cit., p. 62-63.
[6] Confrontar con Foucault, op. Cit., p. 186-191.
[7] Confrontar con Foucault, op. Cit., p. 191-202.
[8] Confrontar con Foucault, op. Cit., p. 202-206.
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